Regresar: volver al lugar de dónde se partió, donde todo empezó.
El 23 de diciembre se cerró el ciclo. Ya volvimos. Regresamos físicamente a aquello llamado ‘hogar’ aunque creemos que la mente se ha quedado en algún lugar del camino. No sabemos si entre los equipajes perdidos de algún aeropuerto de Saigón o enredados entre los dedos cautivadores de las bailarinas balinesas.
Volvimos para darnos cuenta de que nuestro alrededor sigue siendo el mismo, algo que nos reconforta, pero nosotros ya no lo somos y posiblemente nunca lo seremos. Comienza a surgir el desdoblamiento.
Pensamos con las agujas del reloj traspuestas, en otra hora, preguntándonos qué estarán haciendo ‘los del otro lado’ que viven avanzados en el día. Se habrán ido a dormir? Estarán comiendo? Llueve a raudales o hace calor? Las neuronas todavía acompañan virtualmente a los mágicos atardeceres de Asia, donde el sol brilla de otra manera e ilumina la vida con una luz singular. Seguimos atados a sus rayos. Sus marcas en nuestros pies cuentan que hace nada viajábamos libres sobre una moto, subíamos los peldaños de un templo o que corríamos descalzos bajo la lluvia. Un tatuaje pasajero que ojalá fuera indeleble.
Revisamos continuamente las fotos alimentando así la razón, engañándola para que siga sintiéndose en estado de viaje permanente. Ellas son el único testimonio a color que las sensaciones no pueden plasmar de manera visual. Observamos los píxeles que forman las caras, los paisajes, las comidas, preguntándonos si los olores también se esconden entre las esquinas de sus vértices. Cuánto hemos aprendido y hemos sido capaces de hacer, nos cuentan las miles de fotos tomadas.
Las estelas de los aviones parecen querer decirnos algo. Quizás nos recuerden que nosotros también estuvimos allí arriba, volando de un lado a otro como almas libres, sin fechas, sin saber qué día de la semana era y que el mundo era nuestra gran casa en la que sentirnos bienvenidos siempre que quisiéramos sin necesidad de tener un contrato de alquiler en mano.
El corazón nos dice que somos muy afortunados porque hemos compartido secuencias de vida con vidas ajenas y que formamos parte sin querer de un fotograma de la suya. Qué felicidad tan grande recordar cuánto adorábamos aquellos lugares y sus gentes, aún cuando no nos habíamos ido y ya estábamos pensando en volver.
Nos encanta la sensación de saber que el día tiene más de 24 horas cuando viajas. Cómo es posible? Habrá alguna brecha de tiempo espacial justo al salir de casa que se encarga de expandir los segundos? Puede que no exista explicación lógica alguna pero somos adictos al efecto de que la vida se multiplique por dos sin saberlo, y eso que compartimos el mismo reloj universal. Habrá que encontrar la fórmula para hacer que eso también ocurra cuando no nos encontremos en constante movimiento.
Diez meses de intenso verano. Trescientos doce días de ruta no definida. Un suspiro trascendental que ha calado en cada una de las células de nuestra sangre. Nos sentimos alumnos del mundo y queremos aprender más. Tenemos sed de seguir investigando afuera y de investigarnos a nosotros por dentro. Hasta entonces, viviremos instalados en el presente, soñando despiertos con los ojos muy abiertos y siempre mirando al próximo lugar a donde queremos llegar. Eso sí, sin perder por el camino ninguna ocasión de la que podamos aprender a ser más sabios y mejores personas.