Justo en medio de la nada, cuando más ansiábamos encontrar un pequeño recoveco de sombra para aliviar nuestros cuellos doloridos del feroz sol de Lombok, aparecieron dos árboles tropicales que se alzaban altivos a escasos metros de una de las oblongas playas de Kuta.
La sorpresa estaba servida cuando en lo alto de uno de ellos, alguien con el mismo apuro y necesidad había construido una pequeña plataforma casera. La localización de este rincón casual, si no recordamos mal, se situaba en la playa de Tanjung Aan, un lugar paradisíaco donde aquellos que huyen de las ordas de surferos, hallarán su momento de sosiego y quietud.
Y como un par de náufragos a lo Robinson Crusoe, pasamos las horas de sol cobijados en nuestra nueva y circunstancial cabaña de caña y madera, dejándonos acariciar por la suave brisa marina y oteando el horizonte a la espera de no ser nunca rescatados.