El gran dilema ético de mi 2020

Nunca un año había sido tan colectivamente repudiado como este 2020.

Más de 10 ásperos meses, en donde nos hemos visto obligados a tatuarnos a fuego la palabra resiliencia por tal de sobrevivir a la mayor y desafiante prueba de paciencia global que jamás hayamos vivido. Y para la que psicológicamente menos preparados estábamos.

Cabría decir, a estas alturas del año, que haber aprobado —o no— el examen sorpresa de la vida, es lo de menos. Dicha experiencia ya es digna per se por el simple hecho de haber sido vivida. Hemos logrado llegar hasta hoy, 31 de diciembre, y eso nos honra muchísimo.

Mi culpabilidad

Cada uno está viviendo esta pandemia con los recursos y herramientas emocionales que dispone en su interior, tan buenamente como puede. En mi caso, la obligación de no ir a ninguna parte ha sido algo así como un castigo para mi psique viajera.

Al inicio, sobrellevé bastante bien los acontecimientos y el sabor a quietud me resultó delicioso hasta que… mis exigencias éticas decidieron cuestionar el modo de vida de mis últimos años dada la emergencia climática, haciendo hincapié en mi historial de vuelos.

¿Era malo viajar?
¿Era realmente la viajera sostenible que creía ser?
¿Era una egoísta desconsiderada con el resto del mundo?
¿El flygskam estaba poniendo en entredicho mi asumida coherencia planetaria?

Quizás te suene exagerado pero entré en una parálisis de culpabilidad climática que me duró largas semanas (y de la que todavía me resiento). El desazón fue monumental ya que me veía incapaz de otorgar valor a lo que ya hacía en mi día a día; solo me castigaba diciéndome una y otra vez que todo eso no era suficiente si lo comparaba con el daño ya hecho por todos vuelos cogidos. Está visto que a los humanos se nos da muy bien eso de caer en la trampa del todo o nada.

¿Dejar de viajar es la solución?

Por supuesto que no. El buen viajar va más allá del desplazamiento comprendido como físico. Lo que necesitamos, ahora más que nunca, es aprender a viajar mejor. No sé si menos (porque se puede viajar indefinidamente sin coger un solo avión, aunque eso es otro tema), pero sí mejor.

¿Y qué significa viajar mejor?

La respuesta poética ya nos la dio Konstantino Kavafis con su Camino a Itaca (una metáfora que también puede extenderse a muchos procesos de vida), siendo toda una alegoría al slow travel:

… Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca…

Y la respuesta pragmática… sería algo más compleja. Y este post se me queda algo pequeño.

Volar es cómodo y nos salva de realizar grandes heroicidades de desplazamiento si no disponemos de tiempo infinito (¿alguien lo tiene?) pero está visto que el planeta lo paga, y vamos si lo paga, a un coste muy elevado. Desafortunadamente, la realidad nos dice que a día de hoy no existen ni combustibles más limpios ni transportes más eficientes que sirvan como alternativa para paliar su huella ambiental. En ese sentido, los gobiernos y las aerolíneas tienen todavía una larga lista de deberes pendientes y el tiempo no juega mucho a su favor.

Lo que sí podemos hacer nosotros desde ya para pulir todavía más nuestra educación viajera es reconsiderar las ansias con la que usamos este medio, sobre todo en las distancias cortas, y más si existen alternativas como el tren que las cubren de forma efectiva. Para el resto de trayectos, deberíamos ser más selectivos a la hora de escoger los destinos y la cantidad de cosas que deseamos conocer.

Menos lugares, más despacito y con mayor intensidad de vivencias.

Mi compromiso

No te voy a decir cómo debes viajar. Yo ya me he visto en ese dilema y la incomodidad surgida ha hecho replantearme mi relación con este gran privilegio, que no derecho.

Y en parte me siento agradecida que de ese malestar haya nacido uno de mis compromisos para el 2021 (y para el resto de años que le siguen): viajar con más calidad y con excepcional cariño.

Siempre habrá cosas que pulir pero para seguir caminando es útil sentir que se avanza.

Mis deseos

“El viaje es fuga y búsqueda a partes iguales”, decía Paul Theroux en su libro El gran bazar del ferrocarril.

Mis viajes continuarán no en busca de respuestas, sino de mejores preguntas para seguir evolucionando como persona y formar parte del reino del otro durante un ratito de vida.

Deseo que, a pesar de haber sido un año duro, sigas resiliente y con la energía necesaria para reinventarte una vez más. Siéntete orgulloso de mirar atrás y pensar, «wow, no ha sido fácil, pero sigo aquí».

Sigue creciendo y creciendo, a tu ritmo; lo estás haciendo fantásticamente. Porque una cosa te voy a decir: tu futuro yo no podría estar más orgulloso.

Feliz 2021.

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