¿A quién no le gusta experimentar la cultura cuando se está de viaje? Queremos participar en fiestas, vivir las tradiciones, conocer a los lugareños, disfrutar de la gastronomía y observar con nuestros propios ojos a esos animales salvajes que sólo hemos podido ver en libros o en vídeos.
Es complicado ser ético. Posiblemente la parte más complicada sea darse cuenta de cuando uno no lo está siendo. Cuando nos percatamos de ello, buscamos soluciones para evitar participar en este tipo de actividades, ya sea informándonos con antelación o escogiendo asociaciones que se preocupan por el bienestar animal.
Pero cuando creemos que haber hallado algo interesante en línea con nuestra moralidad, hemos de tener presente que existen personas que saben que etiquetas como ‘Eco’, ‘Turismo Responsable’ o ‘Santuario’ nos seducen y las utilizan en beneficio propio, aprovechándose de los animales y de nuestras supuestas buenas intenciones.
Es hora de hacerse preguntas: si vemos a un animal que no está en su entorno natural, ¿por qué está ahí? ¿Dónde está su madre y su familia? ¿Por qué es tan dócil? ¿Por qué hace esos movimientos ridículos? ¿Por qué está pasivo? ¿Estará asustado? ¿El sitio donde está cumple con unas exigencias mínimas que le amparen?
Muchos animales salvajes se capturan de forma ilegal y se trasladan a lugares fuera de su ambiente, forzándolos a participar en actividades para el uso y disfrute humano. Explotar su vulnerabilidad como entretenimiento personal no es justo. La experiencia viajera no ha basarse en una lista de cosas que se supone que debemos hacer porque todo el mundo las hace.
¿Por qué? ¿Por una instantánea? ¿Para demostrar algo? ¿Por reconocimiento? Hacemos click y regresamos a nuestro país con la foto perfecta de nuestras vacaciones pero ellos se quedan ahí, al desamparo de una industria que no deja de crecer gracias a la solicitada demanda de vivencias exóticas de por parte del western.
Millones de turistas visitan Asia cada año. Todos desean subirse a los lomos de los elefantes y comprar sus pinturas, aproximarse a menos de 10 cm de un tigre encadenado en templos, acariciar indefensos loris, observar a orangutanes en ‘estado salvaje’ o participar como voluntarios en muchos de los santuarios del país.
Creo que desde hace años algunos países, como por ejemplo Tailandia, se han dejado seducir por el fajo de billetes del turista. Se han vendido ellos, han explotado sus tierras y están abusando de unos animales que no les pertenecen, porque existe un mercado latente donde el foráneo participa, consciente o inconscientemente. Es fácil equivocarse cuando no está en un entorno conocido.
Por fortuna, existen asociaciones con sensibilidad real que hacen un buen trabajo y siguen luchando por el bienestar y los derechos de los animales que han sido maltratados y abandonados a su suerte. Saber diferenciarlas de las que hacen el agosto con el negocio animal requiere de ojo clínico y de no dejarse encandilar por las tiernas fotos de paraíso bucólico que muestran en sus folletos o páginas web. Resulta muy grato saber que se está ayudando a una buena causa siempre y cuando sea la única finalidad sea velar por la felicidad de los animales.
La información es poder. Busquémosla y utilicémosla con sabiduría antes de visitar cualquier santuario, templo, fundación o excursión de trekking. Si nos tomamos la molestia de planear minuciosamente las vacaciones, es de vital importancia que también empleemos tiempo y energías en realizar búsquedas exhaustivas para saber de antemano cuál es la mejor manera (y quizás la menos intrusiva) de acercarnos a los animales.
Resulta muy descorazonador ver a seres de dimensiones enormes y rasgos feroces sometidos a las órdenes de un diminuto gancho. Elefantes pintando, osos bailando, orangutanes enjaulados, tigres encadenados… Y no nos olvidemos de todos los pequeños que han sido robados de las manos de sus madres. ¿De verdad que queremos formar parte de este círculo de esclavitud donde se aterrorizan a los animales para someterlos? ¿Queremos contribuir con nuestro dinero al abuso emocional y físico de estas criaturas?
En nuestras visitas al Sureste Asiático no hemos participado en ninguna actividad que implicase animales ni hemos visitado santuarios. No te podemos aconsejar ninguna asociación porque en su momento desconfiábamos de todas y ante la más mínima duda de que pudiera ser un negocio con fines lucrativos, descartábamos cualquier tipo de implicación. Fue una cuestión puramente personal. La única conexión que tuvimos con ellos fue visitando diferentes parques naturales protegidos, observando la vida en estado salvaje sin interferir en su existencia. Sin duda lo volveríamos a hacer.
Y es que a veces nos da por pensar que el turismo intoxica y altera la belleza innata de las cosas. No solo es necesario un plan de educación animal y de conservación medioambiental a las comunidades de allí.
Nosotros también necesitamos educación al viajar para ser unos buenos ‘invitados’ y saber comportarnos en una casa que no es la nuestra. La imagen que proyectemos, las decisiones que tomemos y los actos que cometamos allí, dejarán una huella que permanecerá en el tiempo, tanto los buenos como los malos.
Para acabar, no te olvides incluir la moralidad en la maleta cuando salgas de casa. Si eres amantes de los animales y crees que el respeto debe anteponerse a cualquier disfrute personal, es lógico que no hay que hacer nada que no se haría en territorio propio. Las prácticas que se promocionan como tradiciones culturales no implican que sean éticamente aceptables.
Y recuerda, los animales salvajes no son mascotas. Por favor, no alimentemos a esta clase de industria construida en base al miedo, al dolor y al sufrimiento. Decid NO a la explotación animal de cualquier tipo. Debemos respeto y protección a todo ser viviente con el que compartimos el planeta. Observación, apreciación y convivencia.
Te dejamos con esta inspiradora frase del escritor Jonathan Safran Foer (autor del libro Comer Animales):
«Siempre se puede despertar a alguien que está dormido, pero ningún ruido del mundo, por fuerte que sea, despertará a alguien que finge dormir. Uno puede ser inconsciente en su vida; otra cosa es elegir ser ignorante con la excusa de no querer saber.»
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