Volver a casa

Hoy quedan exactamente 2 meses para volver a casa y dar por finalizado un capítulo más de otra larga y apasionante excursión por la gran Asia.

No es la primera vez que abrazamos el regreso ya que nuestro trabajo como freelancers y situación actual nos han brindado la gran fortuna de poder escoger y emplear el tiempo de nuestra vida haciendo lo que más nos gusta: pasear con calma por el mundo durante 4 años seguidos, 3 de ellos durante períodos de 90 días. Pero en esta ocasión, a diferencia de las anteriores, el regreso se dará después de 10 meses de ausencia, lo que sorprendentemente me provoca sentimientos dispares de alegría a la vez que de nostalgia.

Caminando por el borde del cráter de Bromo

Analizado detenidamente, podría medio intuir por qué: hemos conocido el significado de «volver a casa» 3 veces, por lo que sé de primera mano lo que supone retomar aquello que se dejó a un lado para vivir con lo que cabe en una mochila de 60 litros. Posiblemente uno de los temores principales sea la vuelta a la normalidad, esa cotidianidad algo feroz que en cuestión de días acaba por devorarte para terminar colocándote en el mismo sitio que dejaste el marchar, como si nada hubiera pasado, como si todo hubiera sido un sueño.

Puede ser que todo se resuma a un sencillo problema matemático de velocidades: el ritmo acelerado con el que llega el viajero no encaja del todo con el del lugar de destino, por lo que se ve forzado a desacelerar como medida preventiva de adaptación. Una adaptación que es demasiado rápida pero muchas veces necesaria para asimilar todo lo experimentado ya que el equivalente a lo vivido en x meses se ve enormemente amplificado por el factor viaje, pareciendo incluso años!

Y hablando de números, con cada nuevo regreso traigo a casa dos maletas, la física que pesa y la ligera invisible que está llena de vida, ideas frescas, y nuevos hábitos que esperan impacientes a salir para ser puestos en práctica antes de que se evaporen por el frenesí del orden cotidiano. Solo espero poder aferrarlos todos sin dejarme ninguno por el camino. No quiero que nada ni nadie quede diluido en el tiempo por mi caprichosa mente.

Nuestras espaldas por Joan Planas

Años atrás, si mi yo del futuro se me hubiera aparecido para decirme que es tremendamente fácil vivir con tan solo 15 kilos en la espalda, no la hubiera creído. Ahora, si la volviera a ver, le diría que tenía razón, que no necesito tanto y que lo que está guardado en cajas ocupa un espacio demasiado grande al que no quiero echar mano. Soy feliz con poco y lo poco que tengo me hace feliz y sobre todo, muy libre. Me encantaría vaciar esas cajas para que su contenido lo llenasen todas las vivencias de mi maleta de vida.

La cuestión es: ¿dejarse o no devorar? Puede que la normalidad no sea del todo tan fatídica si aprovecho esa inercia y despertar interno con los que regreso para transformarlos en proyectos inspiradores dentro de ese entorno tranquilo y estable llamado hogar. De acuerdo, trato hecho. Volveré entonces para dejar que esta conocida cotidianidad me robe tan solo un pequeño mordisco mientras tomo el impulso necesario para iniciar nuevas y fascinantes etapas.

Créditos: Gracias a Joan Planas por esa fantástica foto en el lago Inle donde nos saca guapos hasta de espaldas.