Singapur, la ciudad del no-no-no, fue nuestro segundo destino para practicar Couchsurfing y dejarnos hospedar por una de las personas más transparentes, bondadosas y generosas que hemos conocido en mucho tiempo. Yeski es un taiwanés que vive temporalmente en la zona residencial de Woodlands y trabaja como ingeniero de soporte de Nikon. Sus inicios como host se remontan a hace 9 meses cuando recién trasladado de Taipei decidió abrir las puertas de su piso al mundo entero.
Y ese mundo entero está plasmado en la pared principal del comedor en forma de mapa gigante enmarcado por un mural cultural de notas de agradecimiento, decenas de fotografías y postales lejanas que alegran el espíritu a la tropa de viajeros que busca algo de bálsamo después de recorrer el sureste asiático o a aquellos que están a nada de empezar sus días de viaje.
Y es que se nota que todo ese mundo le adora. Su piso fue un auténtico respiro de comodidad para ponernos al día de trabajo, renovar mi pasaporte, volver a cocinar después de 6 meses, aprender a tocar el ukelele, entrenar el oído viendo películas en inglés, comer palomitas recién hechas, reír a carcajadas, cantar sin vergüenza, conversar hasta las tantas y conocer más a fondo una ciudad a la que se le suele dedicar nada y menos. Porque 45 días dan para mucho y Yeski nos lo puso extremadamente fácil; tanto que al cabo del mes fue muy fácil quererlo y muy difícil dejarlo.
Desconozco cómo serán los otros anfitriones de Singapur pero Él es el tipo de host perfecto que los surfers buscan.
Gracias Yeski por darnos libertad y ofrecernos tu intimidad, donde todo el mundo puede entrar y absolutamente todo puede pasar. Un pequeño gran universo de viajeros donde sentirse feliz e independiente y donde dejamos adrede un trocito de nuestro corazón para así tener una excusa por la que volver.